domingo, 6 de diciembre de 2009

Turín: bruma y vino

Desde hace veintisiete años, en el mes noviembre, la ciudad de Turín celebra su Festival de Cine. Este año pude ser testigo de la conversación pulposa y cinéfila que embriaga a la ciudad durante una semana. Aunque, por lo que pude comprobar después, Turín y sus habitantes están acostumbrados a condimentar sus días de frío y niebla con aquello que Borges llamó “lucidez despiadada”. Conversación irónica: existencialista, filosófica y literaria; carcajadas sardónicas; miradas que se desvían por un instante a un imaginario nostálgico; voces nihilistas que hacen bosquejos de rojos otoñales… Pero también es cierto que Turín sabe burlar las sombras del tiempo -el sol casi siempre es vencido por una gruesa alfombra de nubes- con espléndidos vinos piamonteses, como el Barbera, el Dolcetto y el Nebbiolo, o con el aromático licor de mirto, bebida tradicional de la isla de Cerdeña.

Cuando la Fiat se asentó en la ciudad en 1899, esta comenzó a sentir los efectos de una fuerte industrialización acompañada de una ola migratoria del sur de Italia, una migración que se hizo más palpable a principios de la década de los sesenta. (Por esta razón, el licor de mirto y el acento del sur conviven con la cultura del Piamonte.) No obstante, al mismo tiempo que se manifestaba un fuerte crecimiento urbano, la clase obrera y proletaria, mayoritariamente del Sur, también iba tomando conciencia de sus derechos y su fuerza colectiva. Hoy por hoy, Turín es una ciudad en la que se respiran los ideales sociales; también se escuchan los ecos del fluir de aquella sangre anarquista.

No sabría explicar por qué Turín me cautivó. He soñado con ella tres veces desde que la visité hace dos semanas. Podría ser por su parque inundado de árboles con hojas doradas, rojizas y amarillas a lo largo del río Po; o quizás por esos portales que me abrazaron mientras caminaba bajo arcos antiguos, quemándome de neblina. Ciudad de Primo Levi y Norberto Bobbio. Ciudad en la que Nietzsche pasó varios otoños y en la que se suicidó Cesare Pavese. Ciudad cercana al pueblo del entrañable Beppe Fenoglio. Y es que la niebla de la montaña que entra a la ciudad me parece una sábana existencial que embriaga y sobresalta, con imágenes de vívidas texturas, a la melancolía colectiva de la que yo misma llegué a ser parte. Nunca olvidaré aquella tarde, mientras vagabundeaba cerca de la Mole Antonelliana (donde se encuentra el Museo del Cine), en la que presencié, emocionada, cómo entraba la neblina a la ciudad, una manta de leche que iba arropando a los edificios, las calles, las personas, los músicos callejeros, hasta que me cubrió a mí. Y mis manos y mis pies y mi estado de ánimo quedaron a su merced… me dejé llevar por mis anhelos diluidos en una copa de Nebbiolo.

Y gracias al vino conocí a lo mejor de la ciudad, un mosaico de personas que ya son amigos. Uno de estos amigos es el dramaturgo Erik Sogno (que traducido al castellano sería Erik Sueño), discípulo de Antonio Tarantino, prestigioso dramaturgo italiano que ha llegado a tener catorce obras en cartelera simultáneamente. Erik Sogno compartió con nosotros su última obra de teatro, una obra que en pocas palabras viene a ser una trágica e inteligente denuncia política al sistema de seguridad social italiano. Y nos habló de su obra en dos bares que, para una desarraigada como yo, son ya parte de mi patria: el bar Mauri y el Coco’s bar. Ambos se encuentran ubicados en el barrio de San Salvario. Hasta hace poco en este barrio reinaban las prostitutas, los camellos y los drogadictos. Sin embargo, en los últimos años, se ha convertido en un barrio de bohemios, artistas y estudiantes, aunque sin perder su dimensión obrera y popular.

El bar Mauri tiene veintiséis años de vida y lo regentan Donato y Tina, ambos del sur de Italia: él es originario de Foggia, pueblo situado en lo que sería el tacón de la bota geográfica italiana, y ella es de Salerno, cerca de Nápoles. Tienen cinco hijos. El bar Mauri –un tributo a Mauri, amigo muy querido de ambos que fue asesinado por la malavida- abre a las seis de la mañana y cierra a medianoche. Allí se sirve café al obrero y vino a los bohemios. Donato, sonriendo muy orgulloso, me regaló tres fotografías de los diseños que suele hacer sobre la espuma del capuccino; los tres diseños son los siguientes: ese famoso gesto de mano que simboliza los cuernos, dos corazones, y una bellísima expresión: “Sei!” (“¡Eres!”). También me enseñó a decir un refrán de su pueblo: “Fuggi da Foggia, non per Foggia, ma per i foggiani”. La traducción sería algo así como: “Huye de Foggia, no por Foggia, sino por los foggianos”. Ah, ¡cuánto comprendí esa frase! Y empecé a idear la mía: “Huye de Zívar, no por….”.

Al día siguiente Erik nos llevó a comer al Coco’s bar, situado en la vía Galliari, esquina con via Ormea, un café-restaurante de comida casera –barata pero muy apreciada- que escritores, artistas y el mismo Antonio Tarantino, suelen frecuentar, no sólo para saborear una comida maravillosa sino también para sentirse verdaderamente como en casa. Ese día comimos risotto de toma y calabacín y porchetta al horno con puré de patatas, y bebimos vino. Este café-bar-restaurante está dispuesto como si se tratara de la sala de una casa: no sólo tiene sus paredes cubiertas con fotografías de la familia y de íconos italianos como Fabrizio de André, sino que sus miembros efectivamente se encuentran allí, trabajando como cocineros, camareros o administrativos. Así, conocí a los hermanos Maurizio, Peppe, Gianni y Marco, hijos de Cosimo; y también a la sobrina de los fratelli y a la actual compañera de Cosimo. Con mi italiano chapuceado logré comunicarme con ellos y me contaron que Cosimo, siciliano, fundó este restaurante hace treinta y cinco años con el propósito de crear un lugar en el que todo el mundo se encontrara bien: tanto seguidores de la Vecchia Signora como del Torino, tanto poetas y dramaturgos como entrenadores atléticos. Y yo, una salvadoreña sin brújula, me sentí realmente bien. Me puse a ver cada una de las fotografías de anegan las paredes: sonrisas, nacimientos, celebraciones, momentos memorables de una familia: humanidad. En el bar también deambulaba un hermoso perro, el perro de Maurizio. Y este adora tanto a su dueño que cuando me acerqué a Maurizio para despedirme con un abrazo, se puso a ladrar, celoso. Pero ¿cómo me iba a ir sin darle un abrazo de despedida a quien me había contado su historia y regalado un par de chupitos de licor de mirto?

Ciertamente, Turín ya está en mi corazón. Allí me sentí siciliana nostálgica y piamontesa melancólica. Pero sobre todo me sentí amada por el vino.

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