lunes, 2 de noviembre de 2009

Bar Só-ló: del ron al resumen del mundo

Enclavado entre la montaña de Montjuich, la avenida del Paralelo y el puerto de Barcelona, se encuentra el barrio de Poble-sec. Legendarios son todavía los cabarets, teatros y cafés-concierto que desde las primeras décadas del siglo veinte anegaron al Paralelo de luces y diversión: el Teatro Apolo, el Victoria, el Condal, son símbolos teatrales y cabareteros de la ciudad; y, entre esos, destaca El Molino, fundado en 1899 con el nombre de “La pajarera catalana”, que luego pasó a llamarse “Petit Moulin Rouge” -imitando al de Montmartre de París- pero que, con la llegada del franquismo en 1939, pasó a llamarse simplemente El Molino: el régimen obligó al local a castellanizar su nombre y a eliminar la palabra “rojo” por las sugerencias políticas que podría despertar. (En fin, los miedos eternos de las dictaduras... incluso cuando un par de colegas simplemente querían disfrutar de unas piernas sensuales bajo una iluminación, si, bastante rojilla.) Cerca de Poble-sec también se encuentra el llamado Barrio Chino, hoy conocido como El Raval, lugar donde conviven diferentes personajes de la bohemia y trabajadores procedentes de Europa del Este, América Latina, África, Asia... Precisamente, en los últimos años Poble-sec se ha convertido en el lugar favorito de los inmigrantes dominicanos, tanto así que, caminando por sus calles, me ha parecido estar reviviendo uno de los pasajes de la novela de Junot Díaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Por lo tanto, desde hace varias décadas, ya es tradición de que en Poble-sec la diversión perviva con el ambiente portuario, obrero y cosmopolita.


Caminando por el barrio llego a la calle Poeta Cabanyes, donde precisamente creció Joan Manuel Serrat; recorro la calle Blai hasta la Margarit, y allí, en el número 18, encuentro el Bar Só-ló, el único lugar de Barcelona para disfrutar de una gama de rones insuperable: cuenta con setenta marcas de rones de todo el mundo. Por ejemplo, además del ron Zacapa de Guatemala o el Flor de Caña de Nicaragua o el Matusalem de República Dominicana, está el Seven Tiki de Fiji, el Coronation Khukri de Nepal, el Damoiseau de la isla de Guadalupe, el Trois Rivières de Martinica y el Barbancourt de Haiti. También se encuentran marcas que existen desde el siglo dieciocho: el Santa Teresa de Venezuela, que tiene vida desde 1796, o el más antiguo Mount Gay Rum de Barbados, desde 1703.


Además de esta exquisita colección, se ofrecen rones macerados con diversas especies o frutas: tamarindo, piña y vanilla, cítricos y romero, café, mango, fresa, genciana y regaliz, manzana y canela, pera y nuez moscada y, mi favorito, ron con especies chai: canela, cardamomo, pimienta, jengibre y clavos de olor: una explosión de sabor tan deliciosa como el beso aromático de un amado secreto, licor prisionero en nuestra fantasía. “Tienes que dejar el ron macerándose durante cuarenta días sin luz a lo largo de un ciclo lunar”, me dice Cosimo, el dueño del bar. Y siento el ritmo de una música molécular en mi piel tan sólo de pensar en la fruta y las especies y el ron, todos conectados al movimiento de la luna en una marea de aromas que baja y sube. Cosimo añade: “Las únicas marcas que no ofrezco son dos: el Cacique porque es el que siempre piden aquí en España y, para forzarlos a probar algo nuevo, no lo tengo entre mis rones; y el Bacardí, por las mismas razones que el Cacique y por ser propiedad de la Coca-Cola”; también asegura que se ha especializado en esta bebida porque “me gusta saber lo que vendo”. Efectivamente, a cualquiera que visite el Só-ló no le quedará la menor duda del amplio conocimiento que posee su dueño sobre las variedades del ron, ese líquido precioso que le alegra la vida hasta al más miserable.


Me gusta conversar con Cosimo. Y así me cuenta que abrió el Bar Só-ló hace dos años y medio. Él es originario de Italia, de Longastrino, cerca de Ravenna, aunque su familia es del sur, de Benevento. Vivió doce años en París, de ahí que en su bar también sobresalga, entre las botellas de ron, una de Picon, licor que existe desde 1837 y que es delicioso con la cerveza. Ha viajado a México y Cuba, y a este último país ha regresado en tres ocasiones. La cultura de este italiano va más allá de la del ron, de hecho, con él se puede conversar sobre cualquier tema porque es un amante de la música, la literatura, las lenguas y las culturas del mundo, la política y la historia. En este espacio, que tiene el sello de identidad de su dueño en cada esquina -una identidad tejida con los ritmos y colores de tres continentes-, se escucha a cantautores de la Nueva Trova latinoamericana, así como a cantautores italianos (Fabrizio de André, Paolo Conte, Area...) y franceses (George Brassens...), música africana, tango, jazz, rock progresivo, saya afro-boliviana, boleros, calypso, la tropicalia, el son, la timba...


Casi me atrevería a decir que el Só-ló es el hogar de Cosimo, aunque él me dice que no, que desearía tener una vida más independiente de su trabajo; puesto que abre todas las noches de siete a dos de la madrugada (excepto los miércoles), y únicamente es él quien se encarga de todo, su vida personal obviamente se ve sacrificada en pos del buen funcionamiento del bar. Sin embargo, es evidente que disfruta llevar adelante un proyecto que no es meramente económico: “un bar comercial no lo aguantaría”, me explica. Porque el Só-ló es sobre todo un lugar de “buen rollo” donde también se presentan artistas, películas, documentales, conciertos... Precisamente, para el 12 de octubre, Cosimo se propuso “desbanalizar” el llamado “Día de la Hispanidad”: presentó películas como Queimada de Gillo Pontecorvo y el documental Salvador Allende de Patricio Guzmán, y organizó conciertos de artistas de Costa Rica, Chile y Cuba. En efecto, como sus motivaciones no son sólo comerciales, esto le ha permitido mantener a flote su proyecto de ocio-cultural, a pesar de la crisis económica que flagela a toda Europa.


“¿Y el nombre Só-ló, de dónde viene?”, le pregunto. “Yo buscaba un nombre que no quisiera decir nada fonéticamente y además quería hacerle un homenaje a los tres continenetes que han estado más presentes en mi vida, músical, cultural e históricamente: África, Europa y América Latina. Só-ló es una palabra de origen africano. El español del Caribe, debido a los esclavos africanos que fueron llevados allí, también tiene raíces yoruba, mandinka y ligala. Só-ló deriva del ligala, que curiosamente quiere decir 'verdadero'; ya sé que puede sonar pretencioso, pero...”, me dice. Si, tres veces ha estado en Cuba. Y esto se nota. “Cuba siempre me ha llamado la atención porque es un epicentro cultural, un país con una fuerte identidad. Para mí, el Caribe es el resumen del mundo, allí se concentra lo europeo, lo latinoamericano y lo africano. Y si el Caribe es el resumen del mundo, Cuba es el resumen del Caribe”.


Quizá esa lealtad a Cuba y a su revolución le lleva a mostrar su disgusto por los “Trustafarians” o “Manuchaoistas”, esos muchachos que se autodenominan “revolucionarios”, que “escuchan música de Manu Chao y cuya gran rebelión consiste en fumarse un porro en el bar”. Y agrega: “Es cierto que no todos son así, que hay jóvenes activos, pero hay una gran cantidad de ellos que no hacen nada, son una llaga en Barcelona y le hacen daño a los movimientos que buscan cambiar el mundo. Representan una gran falta de respeto al trabajador. Y si tengo que hacerlo, haré una revolución en contra de ellos, un revolución que vuelva a respetar al trabajador”, enfatiza sin esconder un impaciente hilo de rabia que acentúa sus palabras.


Y llega el momento en que entran más clientes, porque esa noche canta el cubano Yunior Navarrete. Cosimo se pone a trabajar detrás de la barra, sirviendo generosamente a sus clientes. Comienza el concierto y algunas personas siguen conversando. Cosimo está molesto porque quisiera que todos escucharan al cubano con atención, que apreciaran las letras de sus canciones de la misma manera que el artista se entrega a su pasión creativa. Pero ya se sabe que en todos los lugares hay ingratos. Yo, contagiada de Cosimo, quiero decirles que se callen de una vez por todas. Hasta que decido serenarme y sentarme a escuchar lo que se puede, hipnotizada por un ron macerado en especies. Dejo que los besos de ese licor alegren mis tristezas e imagino que estoy en una playa caribeña comiendo tostones y frijoles y oliendo la sal del mar, sintiéndome libre e inflamada de la utopía de los verdaderos revolucionarios.

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